viernes, 5 de septiembre de 2025

El lamento de "Requila" (El guerrero del Báltico) - Las puertas de Hispania y el tiempo de sombras)

El lamento de "Requila" (El guerrero del Báltico) - Las puertas de Hispania y el tiempo de sombras)
 
Cada año, el 21 de septiembre, se celebra el Día Internacional de la Paz en todo el mundo.
 
 
Nací entre hielos y bosques, donde los lobos eran mis hermanos y el dolor, mi maestro. Desde niño, mis ancestros me forjaron para ser más que un hombre: debía convertirme en guerrero. 
 
Soporté el hambre cuando los inviernos nos robaban la carne de caza, y conocí el frío atroz cuando mis pies desnudos se hundían en la nieve que quemaba como fuego blanco. Caminaba durante meses, con el pecho descubierto al viento helado del Báltico, y cada paso era una ofrenda a los dioses que exigían resistencia.
 
En los bosques luchaba contra las fieras, con nada más que un cuchillo de hueso. La sangre —mía o de la bestia— era el sello que me recordaba que vivir no era un regalo, sino una conquista diaria.
 
Éramos suevos, hijos de un pueblo nómada que dejó atrás las brumas del norte. Cruzamos las Galias como un río de hierro y fuego, hasta que el destino nos abrió las puertas de Hispania, en el año de los romanos 409. Yo, Requila, vi cómo Gallaecia se convirtió en nuestro reino, con sus colinas verdes, sus ríos de plata y sus aldeas sometidas.
 
 
Pero no había vuelta atrás en la batalla. Vencer o morir: ese era el único destino que conocíamos. Y vencimos… con la furia del hambre, con el acero implacable. 
 
No hubo clemencia para los hispanos. Hombres, mujeres, niños… todos cayeron bajo nuestras espadas y lanzas. Entramos en sus tierras con la muerte en la mirada y el fuego en las manos. Yo mismo regué la tierra con sangre inocente, y el eco de sus gritos aún me persigue.
 
Fui rey entre guerreros, hijo de Hermerico, y mi nombre resonó con temor en los confines de Hispania. Pero con la gloria vino la sombra. Los dioses que antes me templaron en la nieve, un día me negaron sus favores. Las atrocidades que cometí pesaron más que mis victorias, y las plegarias ya no hallaban respuesta.
 
 
Morí con la espada en la mano, pero no hallé el descanso en los salones de mis antepasados. No fui admitido en el banquete eterno. En cambio, desperté en un lugar de sombras, entre la tierra y el inframundo. 
 
Ni vivo ni muerto, condenado a vagar durante siglos. He caminado por los campos donde antes ardían aldeas, y he visto los rostros de los que maté, mirándome con ojos vacíos, acusadores.
 
Soy Requila, guerrero y maldito. La nieve de mi infancia aún quema en mis pies, pero ya no hay batalla que pueda redimirme. Solo la eternidad de este lamento.
 
 
Canto de "Requila", el Maldito
 
¡Oh, Wodan, padre de la guerra y señor de los cuervos,
 
a ti clamé en mi juventud, cuando la lanza era mi destino!
 
Tú me diste el valor, tú me diste la furia,
 
y tus bestias aladas bebieron de los cuerpos caídos en la nieve.
 
¡Oh, Donar, señor del trueno y del martillo eterno,
 
fue tu estruendo el que guio nuestros pasos por las Galias,
 
cuando cruzamos como un torrente de hierro y fuego,
 
arrasando villas, tumbando muros, quebrando coronas!
 
 
Y yo, "Requila", hijo de Hermerico,
 
me alcé rey en Gallaecia, con sangre por corona,
 
y juré que ningún romano ni visigodo
 
doblegaría jamás el poder de los suevos.
 
Mas escuchad mi voz, espíritus del inframundo:
 
no hay oro ni victoria que borre el llanto de los inocentes.
 
Las hogueras que encendí aún arden en mi memoria,
 
y los niños que callé para siempre clavan sus gritos en mis oídos.
 
Los dioses me dieron la espalda.
 
Ni en el Walhalla fui recibido,
 
ni en la tierra pude descansar.
 
Mi espada se oxida en mi mano incorpórea,
 
mi cuerpo es polvo,
 
pero mi alma vaga entre los hombres,
 
sombra sin reposo, presa de su propio hierro.
 
 
Soy el guerrero que venció,
 
soy el rey que reinó,
 
soy el maldito que nunca morirá.
 
Y en cada invierno, cuando el viento del norte
 
sopla sobre los montes de Galicia,
 
puede oírse mi lamento:
 
un canto roto, mitad gesta, mitad condena,
 
un eco que pregunta sin respuesta:
 
—¿Dónde están mis dioses?
 
¿Dónde está mi redención?

 
 
Enlaces consultados
 
 
 
David Miguel Rubio
Promotor Turístico en Castilla - La Mancha
Informador Turístico
(N° Reg. EXP/ITL/RDM-0019)
Guía de Montaña


lunes, 1 de septiembre de 2025

Los Cinco Guerreros de Toledo (Atrapados en el tiempo)

Los Cinco Guerreros de Toledo (Atrapados en el tiempo)
 
 
Cuentan que la Ciudad de las Tres Culturas... nunca duerme del todo.
 
En sus murallas, en sus callejones estrechos, bajo los puentes y en las torres, el pasado se agita como un río subterráneo.
 
Y dicen que en ese pasado quedaron atrapados cinco hombres que, tras la muerte, no hallaron descanso.
 
El primero fue un guerrero vetón, de aquellos que alzaban toros de piedra y ofrecían sacrificios a sus dioses antiguos. Su lanza había segado tantas vidas que, al morir, su espíritu quedó manchado de sangre.
 
El segundo, un legionario romano, curtido en campañas de conquista, que marchó con la orden de Roma a someter la Hispania rebelde. Su espada, fría y disciplinada, se llevó más vidas de las que él mismo pudo contar.
 
El tercero, un guerrero visigodo, que defendió su reino con ferocidad. Orgulloso, inflexible, sus manos estaban endurecidas por años de saqueo y venganza.
 
El cuarto, un soldado nazarí, que luchó en nombre del honor y la media luna, que conoció la gloria de la Al-Ándalus y la amargura de la derrota. Su cimitarra aún brillaba en la memoria de los vencidos.
 
Y el último, un caballero templario, que empuñó la cruz y la espada, convencido de servir a Dios, aunque sus ojos se nublaron de fanatismo y sus enemigos cayeron bajo su acero sin misericordia.
 
 
Una noche sin luna, en lo alto de la ciudad, sus sombras se encontraron.
 
No hubo batalla: los siglos de muerte los habían vaciado de furia.
 
Solo quedó el peso del arrepentimiento.
 
—Hemos ensuciado estas calles con la sangre de inocentes —murmuró el vetón.
 
—Fuimos soldados de imperios y de reinos… pero también verdugos —respondió el romano.
 
—La tierra de Toledo nos rechaza —dijo el visigodo, con voz grave.
 
—Entonces hagamos un pacto —propuso el nazarí, levantando la mirada hacia el Alcázar—. Que nuestro tormento sirva de expiación.
 
—Sí —concluyó el templario—. Ayudaremos a los justos… y arrastraremos a los malvados al lugar del inframundo del que nunca puedan regresar.
 
Y así, entre las piedras antiguas, los cinco fantasmas sellaron su juramento eterno.
 
 
Desde entonces, en Toledo circula un rumor.
 
Hay quienes aseguran haber visto, en noches de niebla, un cortejo espectral cruzar el Puente de San Martín.
 
Otros cuentan que al doblar una esquina desierta han escuchado el choque de espadas o el murmullo de plegarias en lenguas olvidadas.
 
Una anciana jura que, cuando un ladrón intentó asaltarla en la judería, un resplandor blanco atravesó la calle y el malhechor desapareció sin dejar rastro.
 
Un joven dice que, en la soledad del Valle, oyó un galope invisible que lo protegió de unos maleantes.
 
Los viejos repiten la misma advertencia:
 
en Toledo, quien hace el mal debe temer más a los espectros que a los hombres.
 
Porque la justicia de los vivos puede ser ciega…
 
pero la de los Cinco Guerreros de Toledo nunca falla.
 
 
David Miguel Rubio
Promotor Turístico en Castilla - La Mancha
Informador Turístico
(N° Reg. EXP/ITL/RDM-0019)
Guía de Montaña


Yo soy el Tajo, río viejo y eterno... y soy testigo de Toledo y su historia...

Yo soy el Tajo, río viejo y eterno... y soy testigo de Toledo y su historia...
 
 
Yo soy el Tajo, río viejo y eterno, y en mi discurrir por Toledo he sido testigo de siglos y memorias que fluyen como mis aguas.
 
Antes de que el hierro y la piedra marcaran la tierra, ya conocí a los pueblos que moraban en mis riberas, gentes libres y sencillas que bebían de mí, pescaban en mis aguas cristalinas y hallaban en mis orillas refugio y sustento.
 
Después llegaron los romanos, con sus puentes de piedra y sus calzadas. Me cruzaron con orgullo, me usaron para dar vida a sus molinos y para regar sus campos. Yo guardé en mi reflejo los ecos de sus legiones y el rumor de sus lenguas.
 
Luego vinieron los visigodos, que alzaron su reino en esta ciudad que siempre se miró en mis espejos. Toledo fue capital y yo, su guardián líquido, escuchaba las plegarias que resonaban en templos y basílicas.
 

 
Con el paso de los siglos, mis aguas también vieron ondear las banderas del Reino nazarí y escucharon el murmullo del árabe en las calles. Sus arquitecturas de arcos y azulejos se asomaban a mis orillas, y yo me volvía puente entre culturas.
 
La reconquista llegó con su hierro y su fe. Castillos, iglesias y murallas se levantaron, y Toledo se convirtió en crisol de tres mundos: cristiano, judío y musulmán. Mis aguas seguían claras, moviendo molinos que molían el grano y dando peces a quienes me conocían como fuente de vida.
 
 
Pero también fui testigo de las sombras. La Guerra Civil española tiñó de dolor mi cauce. Los ecos de disparos y lamentos retumbaron en mis orillas, y mis aguas, que habían sido espejo de belleza, se tornaron testigos mudos de la tragedia.
 
Hoy, a pesar de todo, sigo fluyendo, abrazando a Toledo con mis meandros. Mis aguas ya no son tan puras ni tan cristalinas como antaño, pero aún guardan en su hondura la memoria de lo vivido. Soy reflejo de una ciudad histórica, eterna y embrujada, donde cada piedra y cada puente parecen contar secretos que yo ya sé, porque fui testigo de todos ellos.
 
 
David Miguel Rubio
Promotor Turístico en Castilla - La Mancha
Informador Turístico
(N° Reg. EXP/ITL/RDM-0019)
Guía de Montaña