Y sus cuerpos atraviesan las vigas de madera... en silencio, expectantes de todo lo que sucede...
Cada año, cuando las hojas apenas acarician el suelo y el aire lleva un perfume de nostalgia entre los robles y encinas de la sierra, cobran vida las almas dormidas de El Real de San Vicente. Hombres, mujeres y niños del pasado despiertan y regresan con paso silencioso, como si una vieja campana imaginaria los llamara desde el corazón del pueblo.
Se reúnen en torno al tendido de madera, esa plaza efímera que cada agosto se yergue "palo a palo", sin planos, con madera, clavos, cuerdas y manos laboriosas . Cada pieza numerada, cada tablón encajando con precisión intuitiva, es testigo de una tradición viva que desafía siglos .
Y allí están: los niños que reían entre los tablones, las mujeres que esperaban en el tendido de sombra, los hombres con su pañuelo rojo al sol… todos vuelven al latido de esa plaza artesanal.
Y justo cuando la Virgen de los Dolores emerge en procesión desde la iglesia, su figura centelleando entre las llamas de las velas, las almas presienten su despedida. La Virgen avanza, paso lento y compasado, hacia la plaza. Su mirada, cargada de dolor y esperanza, ilumina a los que han vuelto.
Cada septiembre, vuelven
Cada año, cuando las hojas apenas acarician el suelo y el aire lleva un perfume de nostalgia entre los robles y encinas de la sierra, cobran vida las almas dormidas de El Real de San Vicente. Hombres, mujeres y niños del pasado despiertan y regresan con paso silencioso, como si una vieja campana imaginaria los llamara desde el corazón del pueblo.
Se reúnen en torno al tendido de madera, esa plaza efímera que cada agosto se yergue "palo a palo", sin planos, con madera, clavos, cuerdas y manos laboriosas . Cada pieza numerada, cada tablón encajando con precisión intuitiva, es testigo de una tradición viva que desafía siglos .
Y allí están: los niños que reían entre los tablones, las mujeres que esperaban en el tendido de sombra, los hombres con su pañuelo rojo al sol… todos vuelven al latido de esa plaza artesanal.
Y justo cuando la Virgen de los Dolores emerge en procesión desde la iglesia, su figura centelleando entre las llamas de las velas, las almas presienten su despedida. La Virgen avanza, paso lento y compasado, hacia la plaza. Su mirada, cargada de dolor y esperanza, ilumina a los que han vuelto.
Al llegar al borde del ruedo de madera, las almas se congregan, silenciosas, y en un susurro que no hace eco, se despiden. Sin lágrimas, sin lamentos, solo una mirada cargada de anhelo. Y parten en procesión inversa, siguiendo a la Virgen, hacia ese lugar donde su descanso es eterno: túmulos de recuerdos, sombras blandas, el sueño sin tiempo.
Se marchan con una promesa: volverán el próximo septiembre, cuando la plaza resurja de nuevo entre clavos y madera, y cuando la Virgen, con su manto oscuro y su paso sereno, los vuelva a invitar a esa danza de memoria y esperanza.
Se marchan con una promesa: volverán el próximo septiembre, cuando la plaza resurja de nuevo entre clavos y madera, y cuando la Virgen, con su manto oscuro y su paso sereno, los vuelva a invitar a esa danza de memoria y esperanza.
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