Sobre mí caminaron los primeros guerreros que me poblaron: los vetones. Ellos levantaron sus verracos de piedra, guardianes mudos de los campos, mientras sus tribus luchaban por defender pastos y ganado. La sangre de sus lanzas nutrió mis suelos, y aún hoy resuena el hierro de sus armas primitivas.
Después vinieron los romanos. Yo los vi avanzar con disciplina, con legiones que parecían máquinas vivientes. Sobre mis colinas erigieron murallas, calzadas y puentes que todavía resisten. No llegaron con piedad, sino con ambición. Y aunque hablaron de civilización y leyes, sus conquistas trajeron fuego, sometimiento y tributos. De sus victorias surgió la escritura que los glorificó, porque, como siempre, la historia la escriben los vencedores.
Más tarde, los visigodos, herederos de la ruina romana, ocuparon mis ciudades. Eran señores orgullosos, guerreros de clanes y reyes inestables. Las luchas internas, las traiciones palaciegas y la ambición de poder desgarraron sus reinos. Yo fui testigo de su esplendor frágil y de su inevitable caída, cuando la discordia abrió las puertas a otros conquistadores.
Entonces, desde el sur, cruzaron los musulmanes. Con rapidez y fiereza tomaron mis fortalezas, mis iglesias, mis valles. Trajeron consigo nuevas lenguas, ciencias y costumbres, pero también impusieron su dominio con la espada. Durante siglos mis tierras se dividieron entre la media luna y la cruz, entre la tolerancia y la guerra santa. Cada frontera era un campo de muerte, y cada tregua, un engañoso respiro.
Y con el paso del tiempo surgieron los caballeros medievales. Con armaduras relucientes y cruces en los estandartes, clamaban que luchaban por la fe y la libertad. Pero yo los vi también saquear aldeas, incendiar cosechas, vender la guerra como negocio y la fe como excusa. Tras sus victorias dejaron hambre, tras sus derrotas, ruina. Sus gestas fueron cantadas por trovadores, pero la verdad quedó sepultada bajo los cantares de gloria.
Epílogo
Cada conquista prometió un orden nuevo, cada vencedor creyó traer un futuro más fuerte. Pero tras las huellas de todos ellos quedó lo mismo: destrucción, muerte y cenizas.
Las invasiones me moldearon, me hicieron lo que soy, pero también me recordaron una amarga verdad: la guerra nunca trae libertad duradera, solo cambia de amo al esclavo.
David Miguel Rubio
Promotor Turístico en Castilla - La Mancha
Informador Turístico
(N° Reg. EXP/ITL/RDM-0019)
Guía de Montaña
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