En las sinuosas callejuelas de Toledo, cuyos nombres (“callejón del Diablo”, “de los Muertos”, “del Infierno”) aún susurran secretos oscuros, arraigó el terror y la superstición bajo el yugo inquisitorial .
Corría el siglo XVI cuando una joven, Catalina... de belleza etérea y mirada triste, despertó los celos de una rival.
Acusada falsamente de brujería, fue entregada al Tribunal del Santo Oficio. Aunque las condenas solían escalonar azotes, destierros o, en contadas ocasiones, la hoguera, su suerte fue sellada con fuego cruel .
Ante la pira, con lágrimas de rabia y dolor, juró vengarse más allá de la muerte: “He de volver, y nadie en Toledo estará a salvo de mi sombra”.
Esa noche, mientras las legiones inquisitoriales celebraban su victoria, una figura espectral emergió desde las brasas. Una silueta envuelta en cenizas y deseo de venganza, que recorrió las calles y colmó de presagios cada rincón.
Esa noche, mientras las legiones inquisitoriales celebraban su victoria, una figura espectral emergió desde las brasas. Una silueta envuelta en cenizas y deseo de venganza, que recorrió las calles y colmó de presagios cada rincón.
Catalina había vuelto de las tinieblas... para vengarse de gente impía...
Al amanecer, los verdugos hallaron un símbolo extraño —un círculo dibujado con ceniza negra y habas—, un conjuro maldito que varios conocieron, pues la ciudad era terreno fértil para hechizos: geomancia, adivinación por naipes y sortilegios con habas… incluso la Inquisición sabía que Toledo brotaba de magia y superstición .
Días después empezaron a suceder desapariciones inexplicables: un noble, un rico comerciante, incluso funcionarios del tribunal—luceros uno a uno—se esfumarían sin dejar rastro.
Días después empezaron a suceder desapariciones inexplicables: un noble, un rico comerciante, incluso funcionarios del tribunal—luceros uno a uno—se esfumarían sin dejar rastro.
Ni el clero, ni los verdugos mismos estarían seguros. En el callejón del Infierno se oyó un murmullo helado: “Ella viene”. Y cuando algunos sobrinos del clero encendieron velas exorcistas en el palacio, al apagarse se encontraron huellas de brasas esparcidas por los suelos de mármol.
La ciudad se paralizó. A cada nueva desaparición, la hoguera y el Tribunal parecían impotentes ante aquella presencia vengativa que desafiaba lo mortal. El miedo se volvió sombra perpetua, y los murmullos corrieron: ¿quién es esa “bruja” vengativa que vaga desde el otro mundo?
Se dice que aún hoy, algunas noches sin luna, cuando el viento recorre las calles antiguas, se escuchan lamentos femeninos mezclados con el crepitar de brasas invisibles.
La ciudad se paralizó. A cada nueva desaparición, la hoguera y el Tribunal parecían impotentes ante aquella presencia vengativa que desafiaba lo mortal. El miedo se volvió sombra perpetua, y los murmullos corrieron: ¿quién es esa “bruja” vengativa que vaga desde el otro mundo?
Se dice que aún hoy, algunas noches sin luna, cuando el viento recorre las calles antiguas, se escuchan lamentos femeninos mezclados con el crepitar de brasas invisibles.
Formas espectrales que cruzan la Plaza del Marqués o la de Zocodover, recordando a los toledanos: el terror de una traición puede perdurar por siempre, más allá del fuego inquisitorial.
Catalina recorre las calles de Toledo... con sus vestimentas quemadas, ennegrecida... y con una mirada que provoca terror...
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