Se cuenta una historia que hiela la sangre. Desde el ocaso, cuando la luna llena emerge tras velos de nubes, surgen los espectros etéreos de los frailes que una vez habitaron esos muros: figuras translúcidas envueltas en hábito carmelita y con el crucifijo colgando de la sotana.
Se dice que su presencia resulta aterradora, pues su mirada perpetúa la severidad de la antigua observancia, y su paso se acompaña de un susurro entre los muros derruidos.
Aquellos que se acercan en noches de luna llena escuchan pasos que no pisan suelo y rezos que no resuenan en labios vivos. En las ventanas vacías asoma un brillo fantasmal, y lo que fueron puertas... parecen palpitar con su eco.
Algunos afirman haber visto las almas alinearse en la entrada principal del convento, formando una guardia silenciosa y solemne.
Ellos no descansan: custodian el recuerdo de un siglo XVII lleno de fe, libros y reliquias.
Ellos no descansan: custodian el recuerdo de un siglo XVII lleno de fe, libros y reliquias.
Permanecen fieles al legado carmelita, vigías eternos que emergen cada noche bajo la luna, con sus ojos inexpresivos, su hábito calado por el rocío, y su cruz sostenida como símbolo de condena a quien ose profanar lo sagrado.
Enlace
Sierra de San Vicente (Toledo) – Convento del Piélago (Datos, documentos, observaciones y curiosidades
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