jueves, 11 de septiembre de 2025

El Portal de Toledo (Regreso en el tiempo) - Personajes en las calles...


 
El Portal de Toledo (Regreso en el tiempo) - Personajes en las calles...
 
En las entrañas de Toledo, más allá de las criptas visigodas, de los túneles que serpentean bajo la Catedral y de las leyendas de pasadizos secretos que conectan conventos y alcázares, existe un lugar que nunca fue descubierto por arqueólogos ni historiadores. 
 
Un portal, oculto en las profundidades, instalado hace siglos por entes venidos del otro lado del Universo. Su tecnología era tan avanzada que parecía magia: un vórtice que se abría en la roca, invisible salvo para quienes poseían el conocimiento de activarlo.
 
 
Los entes viajaban en el tiempo con precisión quirúrgica. Primero se dejaron ver entre los pueblos prerromanos que habitaban el Tajo, observando los ritos de los carpetanos alrededor de sus castros y santuarios. Luego aparecieron entre las legiones romanas que levantaron el Toletum imperial, anotando cada detalle de los mosaicos, de los acueductos, de los foros olvidados. Con el tiempo, asistieron al esplendor visigodo, cuando Toledo fue capital de un reino donde las coronas de oro y gemas brillaban en las concilios reales. Más tarde, entre los patios musulmanes y las mezquitas, se movieron sin ser notados, grabando el pulso de la ciudad que había de convertirse en crisol de culturas.
 
 
Nunca eran meros testigos. En ocasiones alteraban discretamente los acontecimientos: una idea susurrada en el oído de un visigodo cambió el curso de un concilio; un encuentro secreto entre un emir y un sabio judío modificó alianzas en la ciudad de las Tres Culturas; un caballero medieval, inspirado por sueños que no eran suyos, tomó decisiones que evitaron un derramamiento de sangre.
 
Los años pasaron y el portal permaneció oculto, hasta que un grupo de científicos toledanos del siglo XXI, fascinados por las teorías de agujeros de gusano y curvaturas espacio-temporales, comenzaron a plantear experimentos imposibles. Sabían que la energía necesaria superaba con creces cualquier recurso humano, y que haría falta materia exótica con propiedades aún más extrañas que la propia imaginación.
 
 
Fue entonces cuando los entes hicieron contacto. Primero de forma sutil, en forma de ecuaciones imposibles garabateadas en pizarras al día siguiente de un sueño. Luego, de manera más clara: luces que se encendían en los laboratorios subterráneos, voces que guiaban a los investigadores hacia los sótanos medievales de Toledo, donde aún vibraban ecos de aquel portal.
 
Al principio hubo miedo, pero pronto vino la fascinación. Los científicos comprendieron que no eran invasores, sino guardianes de un conocimiento que escapaba a la comprensión humana. Y poco a poco, comenzaron a colaborar en estricto secreto.
 
 
El experimento tomó forma: se diseñaron matrices de energía apoyadas en la estructura natural del portal, que funcionaba como una especie de “semilla” en el tejido espacio-temporal. Los entes enseñaron a manipular pequeñas burbujas de tiempo, y pronto se abrió la posibilidad de traer visitantes de otras eras, de otros tiempos.
 
Así, de manera silenciosa, Toledo empezó a poblarse con presencias que nadie notaba. Previamente los entes por mediación de ondas, les habían transmitido conocimientos actuales, historia y los idiomas principalmente: español e inglés.
 
Entre los turistas que paseaban por la Judería, había un visigodo disfrazado de profesor universitario. 
 
En las ferias medievales, un auténtico caballero del siglo XIII convivía con recreacionistas sin que nadie sospechara. Incluso un sabio musulmán del siglo X compartía café en un bar moderno, tomando notas sobre los avances tecnológicos.
 
 
El portal seguía latiendo en el subsuelo, invisible al mundo. La ciudad, que había sido capital de reinos, sede de concilios y mosaico de culturas, ahora era también centro de una alianza secreta entre ciencia y misterio.
 
Quizá la historia de Toledo siempre estuvo marcada por ese influjo: ¿y si su grandeza, su capacidad de absorber y transformar culturas, se debiera a esos discretos empujones de viajeros del tiempo?
 
Los científicos lo saben, los entes lo saben. Pero para el resto del mundo, Toledo seguirá siendo la ciudad eterna del Tajo… sin sospechar que, bajo sus piedras milenarias, palpita la puerta más prodigiosa jamás abierta.
 
 
Epílogo: Los huéspedes del tiempo
 
El portal seguía palpitando en las profundidades, como un corazón antiguo que se negaba a apagarse. Una noche, los científicos y los entes decidieron realizar una apertura especial, no para observar ni intervenir, sino para invitar a quienes habían marcado el pulso de la historia.
 
Primero apareció Viriato, el caudillo lusitano que había resistido al imperio romano. Con su porte indómito, recorrió las murallas de Toledo y, al ver cómo la ciudad se alzaba orgullosa aún tras veinte siglos, sonrió. “Aquí el tiempo no ha podido vencer. Me quedaré entre estas piedras que, como yo, saben lo que es resistir.”
 
Luego surgió Julio César, admirado por su genio político. Al contemplar los puentes sobre el Tajo y las avenidas modernas, reconoció que aquel era un escenario digno de su ambición. Paseando por la Plaza de Zocodover, murmuró: “Esto es más eterno que Roma… aquí quiero escribir mis últimos comentarios.”
 
Con porte majestuoso llegó Abderramán III, el califa de Córdoba. Reconoció en Toledo el eco de Al-Ándalus y al ver la convivencia de culturas en museos, calles y barrios, exclamó: “Aquí vive aún el espíritu de mi sueño. Toledo es la Córdoba eterna.”
 
El portal se estremeció y apareció Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador. Paseó por la Catedral, tocó la piedra fría y levantó la cabeza con orgullo. “Nunca soñé que una ciudad pudiera juntar todas las glorias de los reinos. Aquí no necesito conquistar nada; aquí deseo reposar mi espada.”
 
 
En un destello de realeza, surgieron los Reyes Católicos. Isabel observó la luz de las vidrieras y Fernando, los mapas de universidades modernas. Ambos, con gesto solemne, declararon: “Si este lugar reúne todo lo que hemos construido, ¿por qué buscar otro reino? Toledo será siempre nuestra corte secreta.”
 
Por último, apareció Doménikos Theotokópoulos, El Greco, con sus pinceles aún manchados de pigmentos. Al ver cómo su arte llenaba museos y calles, quedó sobrecogido. “Pinté Toledo como lo veía en mis visiones, y hoy descubro que el tiempo ha pintado la mía. Déjenme vivir y morir otra vez aquí.”
 
 
Pero no fueron los únicos que vinieron a través del portal, y no volvieron... que se "mimetizaron" en Toledo... pero eso son otras historias...
 
Así, Toledo se convirtió en refugio de héroes, conquistadores, reyes y artistas. Ninguno quiso regresar a su tiempo de origen. Todos encontraron en el siglo XXI una ciudad que era la suma de sus legados, un crisol en el que su memoria estaba viva.
 
El portal quedó en silencio tras cerrarse, como si hubiera cumplido su propósito. Y en las noches toledanas, entre el bullicio de turistas y estudiantes, algunos juran reconocer, en una esquina o en una taberna, el rostro de un antiguo rey, un general romano o un pintor de ojos ardientes.
 
Toledo, la ciudad eterna, había reunido por fin a todos sus hijos.
 
(Quizás... te has cruzado con alguno de ellos en la Ciudad de las Tres Culturas, y no lo sabes...)
 
Y otros personajes de la historia estaban por llegar... por eso Toledo es "embrujo", pero sobre todo es...
 
Secreto...
 
 
David Miguel Rubio
Promotor Turístico en Castilla - La Mancha
Informador Turístico
(N° Reg. EXP/ITL/RDM-0019)
Guía de Montaña


miércoles, 10 de septiembre de 2025

La maldición del anticuario de Toledo (El espejo maldito de los egipcios) - El conjuro de los "Hititas"


 
La maldición del anticuario de Toledo (El espejo maldito de los egipcios) - El conjuro de los "Hititas"
 
La tienda de antigüedades de la calle del Comercio en Toledo, propiedad de Don Esteban Llorente, un prestigioso anticuario, pronto se convirtió en el centro de las habladurías. 
 
Llorente había recibido un extraño espejo dorado con inscripciones jeroglíficas que, según el documento de procedencia de un expoliador del Cairo, provenía de una excavación en el desierto oriental de Egipto. Se decía que había pagado por él más de lo que valía toda su colección junta.
 
 
Los vecinos contaban que, tras esconderlo en la exposición de su negocio, el anticuario comenzó a enfermar de manera inexplicable: primero fiebres repentinas, luego una tos sanguinolenta y pesadillas en las que aseguraba ver figuras envueltas en lino que lo observaban a través del espejo. En apenas un mes, fue hallado muerto frente al objeto, con el rostro desencajado en una mueca de terror.
 
La tienda quedó cerrada, con los muebles cubiertos de polvo y el espejo oculto tras un paño, hasta que las llaves pasaron a manos del Ayuntamiento, sin herederos conocidos que reclamaran la herencia.
 
 
Los fallecimientos inusuales
 
Poco después de la muerte del anticuario, Toledo comenzó a registrar muertes extrañas:
 
Un joven estudiante de arqueología apareció ahogado en el río Tajo, tras haber asegurado a sus compañeros que había visto “el reflejo de un faraón” entre las cortinas del escaparate de la tienda abandonada.
 
Una anciana vecina de la plaza de Zocodover enfermó repentinamente después de afirmar que el espejo “la había mirado” desde la penumbra del local vacío.
 
Un sacerdote de San Juan de los Reyes sufrió un colapso durante una homilía tras haber investigado antiguos textos sobre espejos egipcios, en los que se advertía de su uso ritual para guiar las almas al más allá.
 
Las autoridades civiles hablaron de meras coincidencias. Pero los rumores crecieron entre los toledanos, quienes siempre habían convivido con historias de brujas, nigromantes y objetos malditos, desde los tiempos de Alfonso X y la Escuela de Traductores.
 
Mapa del Imperio hitita 
(Siglos XIV-XIII a. C.)
 
La conexión histórica
 
Lo que pocos sabían es que el espejo había sido forjado en tiempos de Ramsés II.
 
Tras la batalla de Qadesh (1274 a.C.), donde egipcios e hititas chocaron en la mayor guerra de carros de la Antigüedad, el rey Muwatalli II ofreció a Ramsés riquezas como gesto de paz. 
 
Batalla de Qadesh (1274 a.C.)
 
Entre ellas, aquel espejo recubierto en oro, con inscripciones que no eran meramente decorativas, sino fórmulas rituales de los sacerdotes hititas, uniendo símbolos solares egipcios con conjuros para “debilitar la imagen del enemigo en su propio reflejo”.
 
 
Lo que parecía un obsequio diplomático escondía un arma espiritual. Un conjuro "demoníaco", para vengarse de Egipto.
 
El espejo no solo mostraba la figura de quien lo contemplaba, sino que absorbía parte de su fuerza vital, acelerando la enfermedad y la muerte.
 
Los sacerdotes egipcios, al comprender su peligrosidad, lo sellaron en un templo secundario junto con amuletos protectores de Anubis y Hathor. 
 
Durante siglos permaneció oculto, hasta que una excavación a principios del siglo XX lo desenterró y, por azar o destino, recaló en Toledo, ciudad donde lo místico y lo histórico siempre se entrelazan.
 
 
El presente
 
Hoy, el espejo sigue en la vieja tienda cerrada, bajo precintos administrativos. Sin embargo, cada cierto tiempo, testigos aseguran ver un resplandor dorado tras las ventanas polvorientas. 
 
Algunos turistas juran haber fotografiado sombras vestidas con ropajes egipcios en los cristales.
 
 
Los arqueólogos que conocen la historia callan, temiendo que el mito atraiga a buscadores de tesoros o a imprudentes curiosos. Pero entre historiadores locales corre una advertencia:
 
“Toledo guarda muchos secretos". Pero este no nació aquí, sino en tierras de "Qadesh".
 
 Y tal vez, como entonces, solo los sacerdotes sabían cómo volver a ocultarlo...”
 
 
David Miguel Rubio
Promotor Turístico en Castilla - La Mancha
Informador Turístico
(N° Reg. EXP/ITL/RDM-0019)
Guía de Montaña


martes, 9 de septiembre de 2025

Y dicen que las almas de los "Realeños"... vuelven cada septiembre a su plaza de toros de madera

Y dicen que las almas de los "Realeños"... vuelven cada septiembre a su plaza de toros de madera
 
Y sus cuerpos atraviesan las vigas de madera... en silencio, expectantes de todo lo que sucede...
 
 
Cada septiembre, vuelven
 
Cada año, cuando las hojas apenas acarician el suelo y el aire lleva un perfume de nostalgia entre los robles y encinas de la sierra, cobran vida las almas dormidas de El Real de San Vicente. Hombres, mujeres y niños del pasado despiertan y regresan con paso silencioso, como si una vieja campana imaginaria los llamara desde el corazón del pueblo.
 
Se reúnen en torno al tendido de madera, esa plaza efímera que cada agosto se yergue "palo a palo", sin planos, con madera, clavos, cuerdas y manos laboriosas . Cada pieza numerada, cada tablón encajando con precisión intuitiva, es testigo de una tradición viva que desafía siglos .
 
 
Y allí están: los niños que reían entre los tablones, las mujeres que esperaban en el tendido de sombra, los hombres con su pañuelo rojo al sol… todos vuelven al latido de esa plaza artesanal.
 
Y justo cuando la Virgen de los Dolores emerge en procesión desde la iglesia, su figura centelleando entre las llamas de las velas, las almas presienten su despedida. La Virgen avanza, paso lento y compasado, hacia la plaza. Su mirada, cargada de dolor y esperanza, ilumina a los que han vuelto.
 
 
Al llegar al borde del ruedo de madera, las almas se congregan, silenciosas, y en un susurro que no hace eco, se despiden. Sin lágrimas, sin lamentos, solo una mirada cargada de anhelo. Y parten en procesión inversa, siguiendo a la Virgen, hacia ese lugar donde su descanso es eterno: túmulos de recuerdos, de sombras blandas, el sueño sin tiempo.
 
Se marchan con una promesa: volverán el próximo septiembre, cuando la plaza resurja de nuevo entre clavos y madera, y cuando la Virgen, con su manto oscuro y su paso sereno, los vuelva a invitar a esa danza de memoria y esperanza.
 
 
Para saber más...
 
El Real de San Vicente (Toledo) - Una plaza de toros levantada en madera y de forma "artesanal"... "única" entre las 2 que hay en el Mundo…
 
Plaza de toros artesana en piedra
Rutas Senderistas Saludables (Vuelta a "La Cabeza del Oso" - El Real de San Vicente (Toledo)
 
 
David Miguel Rubio
Promotor Turístico en Castilla - La Mancha
Informador Turístico
(N° Reg. EXP/ITL/RDM-0019)
Guía de Montaña


viernes, 5 de septiembre de 2025

El lamento de "Requila" (El guerrero del Báltico) - Las puertas de Hispania y el tiempo de sombras)

El lamento de "Requila" (El guerrero del Báltico) - Las puertas de Hispania y el tiempo de sombras)
 
Cada año, el 21 de septiembre, se celebra el Día Internacional de la Paz en todo el mundo.
 
 
Nací entre hielos y bosques, donde los lobos eran mis hermanos y el dolor, mi maestro. Desde niño, mis ancestros me forjaron para ser más que un hombre: debía convertirme en guerrero. 
 
Soporté el hambre cuando los inviernos nos robaban la carne de caza, y conocí el frío atroz cuando mis pies desnudos se hundían en la nieve que quemaba como fuego blanco. Caminaba durante meses, con el pecho descubierto al viento helado del Báltico, y cada paso era una ofrenda a los dioses que exigían resistencia.
 
En los bosques luchaba contra las fieras, con nada más que un cuchillo de hueso. La sangre —mía o de la bestia— era el sello que me recordaba que vivir no era un regalo, sino una conquista diaria.
 
Éramos suevos, hijos de un pueblo nómada que dejó atrás las brumas del norte. Cruzamos las Galias como un río de hierro y fuego, hasta que el destino nos abrió las puertas de Hispania, en el año de los romanos 409. Yo, Requila, vi cómo Gallaecia se convirtió en nuestro reino, con sus colinas verdes, sus ríos de plata y sus aldeas sometidas.
 
 
Pero no había vuelta atrás en la batalla. Vencer o morir: ese era el único destino que conocíamos. Y vencimos… con la furia del hambre, con el acero implacable. 
 
No hubo clemencia para los hispanos. Hombres, mujeres, niños… todos cayeron bajo nuestras espadas y lanzas. Entramos en sus tierras con la muerte en la mirada y el fuego en las manos. Yo mismo regué la tierra con sangre inocente, y el eco de sus gritos aún me persigue.
 
Fui rey entre guerreros, hijo de Hermerico, y mi nombre resonó con temor en los confines de Hispania. Pero con la gloria vino la sombra. Los dioses que antes me templaron en la nieve, un día me negaron sus favores. Las atrocidades que cometí pesaron más que mis victorias, y las plegarias ya no hallaban respuesta.
 
 
Morí con la espada en la mano, pero no hallé el descanso en los salones de mis antepasados. No fui admitido en el banquete eterno. En cambio, desperté en un lugar de sombras, entre la tierra y el inframundo. 
 
Ni vivo ni muerto, condenado a vagar durante siglos. He caminado por los campos donde antes ardían aldeas, y he visto los rostros de los que maté, mirándome con ojos vacíos, acusadores.
 
Soy Requila, guerrero y maldito. La nieve de mi infancia aún quema en mis pies, pero ya no hay batalla que pueda redimirme. Solo la eternidad de este lamento.
 
 
Canto de "Requila", el Maldito
 
¡Oh, Wodan, padre de la guerra y señor de los cuervos,
 
a ti clamé en mi juventud, cuando la lanza era mi destino!
 
Tú me diste el valor, tú me diste la furia,
 
y tus bestias aladas bebieron de los cuerpos caídos en la nieve.
 
¡Oh, Donar, señor del trueno y del martillo eterno,
 
fue tu estruendo el que guio nuestros pasos por las Galias,
 
cuando cruzamos como un torrente de hierro y fuego,
 
arrasando villas, tumbando muros, quebrando coronas!
 
 
Y yo, "Requila", hijo de Hermerico,
 
me alcé rey en Gallaecia, con sangre por corona,
 
y juré que ningún romano ni visigodo
 
doblegaría jamás el poder de los suevos.
 
Mas escuchad mi voz, espíritus del inframundo:
 
no hay oro ni victoria que borre el llanto de los inocentes.
 
Las hogueras que encendí aún arden en mi memoria,
 
y los niños que callé para siempre clavan sus gritos en mis oídos.
 
Los dioses me dieron la espalda.
 
Ni en el Walhalla fui recibido,
 
ni en la tierra pude descansar.
 
Mi espada se oxida en mi mano incorpórea,
 
mi cuerpo es polvo,
 
pero mi alma vaga entre los hombres,
 
sombra sin reposo, presa de su propio hierro.
 
 
Soy el guerrero que venció,
 
soy el rey que reinó,
 
soy el maldito que nunca morirá.
 
Y en cada invierno, cuando el viento del norte
 
sopla sobre los montes de Galicia,
 
puede oírse mi lamento:
 
un canto roto, mitad gesta, mitad condena,
 
un eco que pregunta sin respuesta:
 
—¿Dónde están mis dioses?
 
¿Dónde está mi redención?

 
 
Enlaces consultados
 
 
 
David Miguel Rubio
Promotor Turístico en Castilla - La Mancha
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lunes, 1 de septiembre de 2025

Los Cinco Guerreros de Toledo (Atrapados en el tiempo)

Los Cinco Guerreros de Toledo (Atrapados en el tiempo)
 
 
Cuentan que la Ciudad de las Tres Culturas... nunca duerme del todo.
 
En sus murallas, en sus callejones estrechos, bajo los puentes y en las torres, el pasado se agita como un río subterráneo.
 
Y dicen que en ese pasado quedaron atrapados cinco hombres que, tras la muerte, no hallaron descanso.
 
El primero fue un guerrero vetón, de aquellos que alzaban toros de piedra y ofrecían sacrificios a sus dioses antiguos. Su lanza había segado tantas vidas que, al morir, su espíritu quedó manchado de sangre.
 
El segundo, un legionario romano, curtido en campañas de conquista, que marchó con la orden de Roma a someter la Hispania rebelde. Su espada, fría y disciplinada, se llevó más vidas de las que él mismo pudo contar.
 
El tercero, un guerrero visigodo, que defendió su reino con ferocidad. Orgulloso, inflexible, sus manos estaban endurecidas por años de saqueo y venganza.
 
El cuarto, un soldado nazarí, que luchó en nombre del honor y la media luna, que conoció la gloria de la Al-Ándalus y la amargura de la derrota. Su cimitarra aún brillaba en la memoria de los vencidos.
 
Y el último, un caballero templario, que empuñó la cruz y la espada, convencido de servir a Dios, aunque sus ojos se nublaron de fanatismo y sus enemigos cayeron bajo su acero sin misericordia.
 
 
Una noche sin luna, en lo alto de la ciudad, sus sombras se encontraron.
 
No hubo batalla: los siglos de muerte los habían vaciado de furia.
 
Solo quedó el peso del arrepentimiento.
 
—Hemos ensuciado estas calles con la sangre de inocentes —murmuró el vetón.
 
—Fuimos soldados de imperios y de reinos… pero también verdugos —respondió el romano.
 
—La tierra de Toledo nos rechaza —dijo el visigodo, con voz grave.
 
—Entonces hagamos un pacto —propuso el nazarí, levantando la mirada hacia el Alcázar—. Que nuestro tormento sirva de expiación.
 
—Sí —concluyó el templario—. Ayudaremos a los justos… y arrastraremos a los malvados al lugar del inframundo del que nunca puedan regresar.
 
Y así, entre las piedras antiguas, los cinco fantasmas sellaron su juramento eterno.
 
 
Desde entonces, en Toledo circula un rumor.
 
Hay quienes aseguran haber visto, en noches de niebla, un cortejo espectral cruzar el Puente de San Martín.
 
Otros cuentan que al doblar una esquina desierta han escuchado el choque de espadas o el murmullo de plegarias en lenguas olvidadas.
 
Una anciana jura que, cuando un ladrón intentó asaltarla en la judería, un resplandor blanco atravesó la calle y el malhechor desapareció sin dejar rastro.
 
Un joven dice que, en la soledad del Valle, oyó un galope invisible que lo protegió de unos maleantes.
 
Los viejos repiten la misma advertencia:
 
en Toledo, quien hace el mal debe temer más a los espectros que a los hombres.
 
Porque la justicia de los vivos puede ser ciega…
 
pero la de los Cinco Guerreros de Toledo nunca falla.
 
 
David Miguel Rubio
Promotor Turístico en Castilla - La Mancha
Informador Turístico
(N° Reg. EXP/ITL/RDM-0019)
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Yo soy el Tajo, río viejo y eterno... y soy testigo de Toledo y su historia...

Yo soy el Tajo, río viejo y eterno... y soy testigo de Toledo y su historia...
 
 
Yo soy el Tajo, río viejo y eterno, y en mi discurrir por Toledo he sido testigo de siglos y memorias que fluyen como mis aguas.
 
Antes de que el hierro y la piedra marcaran la tierra, ya conocí a los pueblos que moraban en mis riberas, gentes libres y sencillas que bebían de mí, pescaban en mis aguas cristalinas y hallaban en mis orillas refugio y sustento.
 
Después llegaron los romanos, con sus puentes de piedra y sus calzadas. Me cruzaron con orgullo, me usaron para dar vida a sus molinos y para regar sus campos. Yo guardé en mi reflejo los ecos de sus legiones y el rumor de sus lenguas.
 
Luego vinieron los visigodos, que alzaron su reino en esta ciudad que siempre se miró en mis espejos. Toledo fue capital y yo, su guardián líquido, escuchaba las plegarias que resonaban en templos y basílicas.
 

 
Con el paso de los siglos, mis aguas también vieron ondear las banderas del Reino nazarí y escucharon el murmullo del árabe en las calles. Sus arquitecturas de arcos y azulejos se asomaban a mis orillas, y yo me volvía puente entre culturas.
 
La reconquista llegó con su hierro y su fe. Castillos, iglesias y murallas se levantaron, y Toledo se convirtió en crisol de tres mundos: cristiano, judío y musulmán. Mis aguas seguían claras, moviendo molinos que molían el grano y dando peces a quienes me conocían como fuente de vida.
 
 
Pero también fui testigo de las sombras. La Guerra Civil española tiñó de dolor mi cauce. Los ecos de disparos y lamentos retumbaron en mis orillas, y mis aguas, que habían sido espejo de belleza, se tornaron testigos mudos de la tragedia.
 
Hoy, a pesar de todo, sigo fluyendo, abrazando a Toledo con mis meandros. Mis aguas ya no son tan puras ni tan cristalinas como antaño, pero aún guardan en su hondura la memoria de lo vivido. Soy reflejo de una ciudad histórica, eterna y embrujada, donde cada piedra y cada puente parecen contar secretos que yo ya sé, porque fui testigo de todos ellos.
 
 
David Miguel Rubio
Promotor Turístico en Castilla - La Mancha
Informador Turístico
(N° Reg. EXP/ITL/RDM-0019)
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jueves, 28 de agosto de 2025

Memorias de Aurelio, legionario de Caesarobriga - El túnel secreto

Memorias de Aurelio, legionario de Caesarobriga - El túnel secreto
 
 
Aurelius Marcus Severus
 
“Me llamo Aurelius Marcus Severus, hijo de Hispania y soldado de Roma. Sirvo en Caesarobriga, ciudad floreciente del Tajo, donde el puente sostiene la vida y el comercio como si de venas y arterias se tratara.
 
Mi deber, junto a otros legionarios, era custodiar ese puente. No era una obra cualquiera: los ingenieros romanos lo hicieron más ancho y más elevado que un simple paso de piedra. En su interior, entre los sillares que lo sostenían, se abrió un túnel secreto. No fue obra vana ni caprichosa, sino necesidad de defensa. Allí guardábamos trigo y vino para el sustento, hierro y bronce para las armas, y desde allí movíamos tropas de un extremo al otro sin ser vistos.
 
 
El pueblo ignoraba lo que aquel puente albergaba. Solo nosotros, los soldados y los magistrados de Caesarobriga, conocíamos sus entrañas. Desde allí resistimos embates de enemigos y vigilamos el fluir del río. Aquel túnel era vida, fuerza y refugio.
 
 
Escribo estas palabras porque temo que algún día el puente deje de ser lo que es. El Tajo ruge con furia en las crecidas, y los hombres, con sus guerras, hieren lo que Roma levantó. Así fue: los arcos cedieron, las piedras se hundieron, y el túnel quedó enterrado bajo agua y lodo, condenado al olvido.
 
“Pons est anima urbis” —el puente es el alma de la ciudad.
“Flumina mutantur, sed memoria manet” —los ríos cambian, pero la memoria permanece.
 
 
Dejo estas memorias selladas en este pequeño cofre de madera y bronce, oculto entre dos sillares de la muralla, para que un día alguien las encuentre. Si Roma desaparece, que al menos perdure el recuerdo de lo que aquí defendimos.
 
 
Yo, Aurelio, doy testimonio. Que quien lea estas líneas sepa que bajo las piedras del puente de Caesarobriga latió, una vez, el corazón de Roma.”
 
Roma secreta servat
(Roma guarda secretos)
 
 
David Miguel Rubio
Promotor Turístico en Castilla - La Mancha
Informador Turístico
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domingo, 24 de agosto de 2025

Las Murallas de Toledo... los días finales del Reino Taifa

Las Murallas de Toledo... los días finales del Reino Taifa
 
El Día del Patrimonio Mundial se celebra el 16 de noviembre en conmemoración de la firma de la Convención del Patrimonio Mundial en 1972 por la UNESCO, con el objetivo de proteger y preservar los sitios culturales y naturales de valor universal excepcional para las generaciones futuras
 
 
En las crónicas antiguas se cuenta que, en los días finales de la taifa, las murallas de Tulaytulah se alzaban como un coloso de piedra sobre el Tajo, con sus torres cuadradas vigilando el horizonte y sus corachas extendiéndose hasta las aguas, guardando celosamente el sustento de la ciudad. Detrás de aquellas murallas, los musulmanes se preparaban para la última resistencia.
 
 
El rey Alfonso VI de León y Castilla había puesto sitio a la ciudad, sabiendo que no era un enclave cualquiera: Toledo había sido la joya visigoda, el corazón espiritual de Hispania. Si lograba ceñir su estandarte sobre sus puertas —la de Bisagra, la de Alcántara, la del Cambrón— su poder resonaría en todos los reinos de la península.
 
Las huestes cristianas, con cruces bordadas en sus pendones, cercaban los arrabales norteños, desde la Antequeruela hasta el barrio de la Granja, mientras sus vigías oteaban las torres de Abades y Ben Alfarax. En la ribera del Tajo, los ingenieros montaban catapultas y torres de asalto frente a los puentes de San Martín y Alcántara, intentando quebrar el cerco de agua que mantenían las corachas musulmanas.
 

 
Dentro de la ciudad, la tensión crecía. El emir Al-Qádir, debilitado por las intrigas internas, miraba con temor cada día que pasaba. Los graneros menguaban, el pan se volvía más escaso, y las cisternas ya no recibían el mismo caudal del río. Los ancianos evocaban glorias pasadas; los jóvenes, enardecidos, prometían vender cara su derrota en las almenas.
 
Las noches eran largas: antorchas encendidas sobre los lienzos de muralla, el sonido metálico de las armas que se afilaban, los rezos que ascendían hacia el cielo desde mezquitas y oratorios. Y al amanecer, los cristianos hacían sonar cuernos y tambores, anunciando que el fin estaba cerca.
 
 
Finalmente, cuando los meses de asedio quebraron la resistencia del hambre y la esperanza, Al-Qádir comprendió que sus muros, por firmes que fueran, no podían sostener un reino dividido. En mayo del año 1085, aceptó la rendición y abrió las puertas al rey castellano.
 
Así, el 6 de mayo, las murallas de Toledo, que habían resistido tantas veces la furia de los siglos, vieron pasar bajo sus arcos no la ruina, sino el cambio del destino: la entrada de Alfonso VI, que tomó la ciudad en nombre de la cruz, marcando el fin del dominio musulmán y el renacer de Toledo como emblema de la Cristiandad.
 
Fue el ocaso de una era, pero también el comienzo de otra, y en aquellas piedras todavía resuena el eco de aquel asedio, cuando Tulaytulah resistía, orgullosa y altiva, antes de ceder al peso implacable de la historia.
 

 
Asedio y resistencia
 
Toledo: era la capital del Reino de Taifas de Toledo, un reino musulmán que había surgido tras la fragmentación del Califato de Córdoba.
 
Alfonso VI: El rey cristiano Alfonso VI de León y Castilla deseaba la ciudad no solo por su valor estratégico y cultural, sino también por su simbolismo como antigua capital visigoda.
 
La campaña: Alfonso VI utilizó una combinación de diplomacia y presión militar, apoyando al emir Al-Qádir en sus luchas internas a cambio de la entrega pacífica de Toledo.
 
La rendición: Tras meses de asedio y la reducción de los suministros, Al-Qádir, sintiéndose incapaz de resistir, aceptó las condiciones de rendición.
 
El resultado: El 6 de mayo de 1085, Toledo se entregó a Alfonso VI, marcando el fin del dominio musulmán en la ciudad y fortaleciendo la posición cristiana en la península ibérica.
 
 
Banco Cerámico de Toledo - Exposición Iberoamericana en Sevilla (1929)
 
Alfonso VI conquista Toledo el 25 de Mayo de 1085. En los lados figuran los retratos del P. Juan de Mariana y Garcilaso de la Vega, y los escudos de Talavera y Toledo.
 
Autoría: Firma el ceramista de Talavera Juan Ruiz de Luna.
 
 
Nunca dejes de soñar...
 
 
David Miguel Rubio
Promotor Turístico en Castilla - La Mancha
Informador Turístico
(N° Reg. EXP/ITL/RDM-0019)
Guía de Montaña