Relato
Toledo, la Ciudad de las Tres Culturas, se alza sobre la roca como un libro abierto al tiempo. Sus calles estrechas y empedradas guardan el eco de pasos antiguos, de voces que rezaron en distintas lenguas y de manos que construyeron, destruyeron y volvieron a levantar la ciudad una y otra vez. Aquí, la Historia no se estudia: se camina.
En cada esquina hay una memoria latente. Un arco mudéjar que aún susurra ciencia y tolerancia, una iglesia que se levanta sobre antiguas plegarias, una sinagoga que conserva la dignidad del silencio. Cristianos, judíos y musulmanes dejaron su huella en la piedra, en el arte y en el pensamiento, tejiendo un legado que aún late bajo el sol de Castilla.
El río Tajo, paciente y eterno, rodea la ciudad como un guardián. Sus aguas han presenciado conquistas y derrotas, celebraciones y despedidas, coronaciones y exilios. Ha reflejado murallas, espadas y campanas, pero también el cansancio de los pueblos y la esperanza de quienes soñaron un futuro distinto. El río no juzga: recuerda.
Toledo no es solo pasado; es una conversación constante entre lo que fue y lo que sigue siendo. Una ciudad donde cada piedra tiene algo que contar y cada silencio está lleno de significado. Quien la visita no solo la ve, la escucha. Y quien la escucha, ya no la olvida.
Toledo, ciudad de almas entrelazadas,
de rezos distintos bajo un mismo cielo,
tres culturas grabadas en la piedra
como cicatrices sagradas del tiempo.
En cada esquina la Historia despierta,
susurra nombres que el viento aprendió;
espadas, libros, incienso y ciencia
conviviendo en un mismo corazón.
El Tajo te rodea, testigo eterno,
espejo de glorias y sombras también,
sus aguas guardan secretos antiguos
que nunca se atrevieron a desaparecer.
Murallas que abrazan siglos de vida,
campanas que dialogan con el ayer,
Toledo no se mira: se siente,
no se explica: se deja querer.















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