Y el viento y la arena...
Borraron parte de la leyenda...
Pero su corazón ya no le pertenecía: había sido robado por un hombre que jamás debió mirarla. Alfonso, un caballero templario cristiano, había llegado a las tierras cercanas como emisario de tregua… y encontró en Zaida más que un respiro en su cruzada: halló el alma que nunca supo que buscaba.
Se amaban en secreto, bajo las sombras de los naranjos y los suspiros de la noche. Cada luna creciente era testigo de su pasión silenciada. Pero el destino, celoso de los amores imposibles, conspiró contra ellos. El padre de Zaida descubrió el romance y, temiendo el escándalo y la deshonra, mandó encerrarla en una torre solitaria, alejada de Toledo, entre riscos y olivos viejos.
Desde entonces, cada noche, Alfonso cruzaba los montes y se deslizaba entre las sombras hasta la torre prohibida. Allí, en el alféizar de piedra, ella lo esperaba. No había cerrojo que detuviera los susurros, ni barrotes que impidieran las promesas. Se juraron amor eterno. Se prometieron huir.
Pero un día, el deber templario reclamó a Alfonso. Partió hacia Tierra Santa, llevándose consigo los suspiros de Zaida. Le prometió volver con la victoria y el laurel. Ella le prometió esperar, aunque el mundo se desmoronara.
Desde entonces, cada noche, Alfonso cruzaba los montes y se deslizaba entre las sombras hasta la torre prohibida. Allí, en el alféizar de piedra, ella lo esperaba. No había cerrojo que detuviera los susurros, ni barrotes que impidieran las promesas. Se juraron amor eterno. Se prometieron huir.
Pero un día, el deber templario reclamó a Alfonso. Partió hacia Tierra Santa, llevándose consigo los suspiros de Zaida. Le prometió volver con la victoria y el laurel. Ella le prometió esperar, aunque el mundo se desmoronara.
Nunca regresó.
Dicen que Zaida, consumida por el dolor, dejó de comer, dejó de hablar… Solo miraba hacia el horizonte, como si sus ojos pudieran arrastrar a su amado de vuelta. El día en que su esperanza murió, escribió su nombre —"Alfonso"— en la pared de la torre con su propia sangre, y luego se dejó ir… Silenciosa, como un soplo que se apaga.
Desde entonces, la torre fue maldita. Ningún pastor quiso acercarse, ningún viajero quiso dormir cerca. Porque en las noches de luna llena, una figura aparece en la ventana, pálida y envuelta en velo, mirando hacia el este… Y si el viento sopla fuerte, se oye un lamento:
Los viejos del lugar aseguran que hasta que el alma del caballero no cruce de nuevo el umbral de la torre, Zaida no encontrará descanso.
Desde entonces, la torre fue maldita. Ningún pastor quiso acercarse, ningún viajero quiso dormir cerca. Porque en las noches de luna llena, una figura aparece en la ventana, pálida y envuelta en velo, mirando hacia el este… Y si el viento sopla fuerte, se oye un lamento:
"Alfonso… vuelve a mí…"
Los viejos del lugar aseguran que hasta que el alma del caballero no cruce de nuevo el umbral de la torre, Zaida no encontrará descanso.
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