5. Atalaya Emiral (Siglo X)
Soy la Atalaya Emiral, una torre de vigilancia erigida en el siglo X durante el dominio islámico.
Soy la Atalaya Emiral.
Me alzo solitaria sobre la sierra, vigía de vientos y guardianes olvidados. Mis piedras conocen el fuego, la sangre y el tiempo, pero también el amor que desafía imperios.
Fui erigida en el siglo X, cuando el dominio del Islam cubría estas tierras como un manto de arena y luna. Desde mis alturas, los centinelas oteaban el horizonte, buscando enemigos o señales del desierto. Pero entre mis muros, una historia quedó atrapada como una lágrima en el polvo.
Se cuenta que durante los últimos días del dominio musulmán, una reina mora fue traída hasta mí, prisionera de su propio pueblo. Su nombre se ha perdido, pero los ancianos aún la llaman Zahira, que significa “luz brillante”. Era joven, sabia y hermosa, hija de un emir de Talavera. Su crimen: haberse enamorado de un caballero templario, un enemigo cristiano al que conoció en un encuentro fortuito junto al río Tiétar.
Dicen que sus miradas se cruzaron entre espada y agua, y que en secreto, entre cartas escondidas y noches robadas, nació un amor imposible. Cuando el emir lo descubrió, ordenó su encierro en esta torre —en mí— para que se enfriara su corazón o muriera con él.
Zahira pasó sus días mirando al horizonte, esperando ver la silueta de su caballero entre los pinos y las rocas. A veces cantaba versos antiguos, otras veces simplemente lloraba. Nunca dejó de creer que él vendría. Pero el templario cayó en batalla antes de poder rescatarla, su cuerpo jamás encontrado, su cruz blanca perdida entre la maleza.
Una mañana, Zahira no bajó al patio. La encontraron tendida junto al ventanuco más alto, con una flor seca entre las manos. Murió sin cadenas, pero cautiva del amor más fiel que jamás vio esta sierra.
Una mañana, Zahira no bajó al patio. La encontraron tendida junto al ventanuco más alto, con una flor seca entre las manos. Murió sin cadenas, pero cautiva del amor más fiel que jamás vio esta sierra.
Desde entonces, en ciertas noches de luna llena, algunos pastores aseguran ver una figura vestida de blanco, con velo dorado, caminar por las alturas de la torre, mirando al sur, donde murió su amado.
Yo la siento aún.
Soy la Atalaya Emiral.
Y en mis piedras vive el suspiro de Zahira, la reina que murió de amor.
David Miguel Rubio
Promotor Turístico en Castilla-La Mancha
Guía por Itinerarios de Baja y Media Montaña
Informador Turístico Rutas Religiosas Sierra de San Vicente (*)
(*) Ermita de la Virgen del Piélago, Convento Carmelitas Calzados, Pozos de la nieve, Ermita de los "Santos Mártires" y Castillo de San Vicente.
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