Y el pasado cobró vida (Pueblos de Toledo)
Aquella rubia que vivía en una villa de Toledo
Aquella rubia vivía
en una villa tranquila,
Villarrubia de Santiago,
donde el tiempo nunca prisa.
Corrían los años sesenta,
y el sol, sobre las esquinas,
encendía en su cabello
claridades que no se olvidan.
La veían por las calles
con su paso de brisa fina;
saludaba a los vecinos,
siempre amable, siempre niña.
En la fuente del paseo
llenaba cántaros de vida,
y al volver, la tarde toda
parecía irse con ella prendida.
Dicen que hablaba despacio,
como quien guarda una risa;
dicen que amaba el campo
y el olor de las viñas.
Aquella rubia vivía
sin querer ser poesía;
pero el pueblo, al recordarla,
la convierte cada día.
En Villarrubia quedó
su nombre entre las campiñas:
un susurro de sol viejo,
una historia que aún camina.
Mujer de Lagartera,
bordada de colores,
camina hacia el pozo
con paso de flores.
El traje reluce,
fiesta sobre la piel:
rojo, oro y paciencia
de manos de mujer.
Sujeta la soga,
la piedra hace eco,
y el cubo desciende
lento por el hueco.
Mientras sube el agua
canta coplas viejas,
historias del pueblo
que el viento despeja.
Son coplas que nacen
de siglos y fuego;
las saben las calles,
las guarda el sauce añejo.
Y al alzar el cubo,
brillan sol y canto:
Lagartera entera
late en su encanto.
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En Torrijos, al alba,
cuando el día ya calienta,
la fuente canta fresca
contra el sol que se despierta.
Las mujeres del pueblo
llegan con sus cántaros
de barro colorado,
herencia entre sus manos.
Hablan bajito, ríen,
llenan agua y memoria;
los juncos escuchando
sus pasos y sus historias.
En el abrevadero,
junto a la sombra escasa,
un hombre trae su mula
que al fin bebe y descansa.
El verano golpea,
duro como un lucero,
pero la fuente alivia
con su murmullo entero.
Y allí el pueblo se junta:
sol, agua, polvo y vida;
la fuente de Torrijos
mantiene el alma viva.
Consuegra llora en silencio,
aquella tarde lejana,
cuando el río, desatado,
rompió la paz de sus casas.
El cielo, negro de ira,
se desplomó sobre el pueblo;
el Amarguillo rugía
como un dolor sin remedio.
Las calles se hicieron sombras,
las puertas ya no eran puertas,
y el agua, cruel y fría,
se llevó vidas y huertas.
Gritos mezclados con lodo,
recuerdos que se deshacen;
madres buscando a sus hijos,
nombres que el agua no aclara.
Y el pueblo, roto y herido,
miró al alba con espanto:
un Consuegra distinto,
más triste, más seco el canto.
Pero en medio del silencio
brotó la fuerza callada
de quienes, pese al desastre,
se alzaron con la mirada.
Hoy la memoria susurra
aquella fecha marcada:
Consuegra nunca se olvida,
la herida nunca se apaga.
Tres mujeres danzan
Junto a la iglesia antigua,
en Navamorcuende.
Sus faldas se levantan
como alas de romero,
y el aire huele a nieve.
Late la piedra vieja
bajo sus pasos vivos,
ritmo de sol y fiesta.
Y el campanario mira,
celoso de su gracia,
la danza que despierta
al pueblo y su memoria.
Tres mujeres bailando,
tres luceros de tierra,
haciendo de la plaza
un milagro que suena.


















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