miércoles, 26 de noviembre de 2025

Fotos por el Mundo (De la Provincia de la Toledo a cualquier destino) - El viaje alucinante...

Fotos por el Mundo (De la Provincia de la Toledo a cualquier destino) - El viaje alucinante...
 
PROVINCIA DE TOLEDO
 
 
El joven Daniel miraba con curiosidad la caja de cartón que su abuelo guardaba en lo más alto del armario. “Son solo recuerdos viejos”, decía siempre el anciano, como si quisiera restarles importancia. Pero para Daniel, cada vez que la abría, era como asomarse a una ventana hacia un mundo que jamás había vivido.
 
—Abuelo, ¿puedo ver otra vez tus fotos? —preguntó con una sonrisa que al nonagenario le resultaba imposible rechazar.
 
El abuelo Mateo asintió despacio, sentándose en su sillón preferido mientras el muchacho extendía sobre la mesa las fotografías en blanco y negro. Retratos de una vida en tonos grises: una bicicleta apoyada en un muro, un grupo de amigos con la ropa remendada, una mujer joven —la abuela— con una flor en el pelo.
 
—¿Sabes? —dijo Daniel, sosteniendo una de ellas— Hoy podemos hacer que cobren vida.
—¿Cómo va a vivir algo que ya se fue? —respondió Mateo, con un dejo de ternura y escepticismo.
 
Daniel encendió su tableta y colocó una de las fotos frente a la cámara. En pocos segundos, el rostro inmóvil de la abuela comenzó a parpadear en la pantalla. Después sonrió. Incluso pareció que giraba la cabeza para mirar directamente al anciano.
 


 
Mateo se inclinó hacia adelante, incapaz de articular palabra. Sus ojos, gastados por el tiempo, brillaron como si hubieran recuperado parte de su juventud.
 
—Pero… ¿cómo…? —susurró, posando dos dedos temblorosos sobre la imagen.
—Lo que antes solo podíais soñar —contestó Daniel con suavidad— hoy podemos verlo de verdad.
 
El anciano respiró hondo. No era solo una animación, ni una ilusión tecnológica: era la sensación de volver a escuchar a su juventud llamar desde muy lejos. Era como si el mundo, en un acto de misericordia, le devolviera por un instante lo que tanto había amado.
 
—Tu abuela siempre decía que algún día las fotos hablarían —rió Mateo, con los ojos húmedos— pero nunca imaginé que lo vería con estos mismos huesos.
 
Daniel se sentó a su lado, apoyando la cabeza en su hombro.
 
—A veces el futuro no es más que un sueño antiguo que por fin decide hacerse realidad —dijo.
 
Y así, abuelo y nieto se quedaron mirando, en silencio, cómo las fotografías de una vida pasada volvían a moverse, como si el tiempo, cansado de ser tan rígido, se permitiera por una vez un pequeño milagro.
 

 
VÍDEO 1
Para ver mejor los vídeos:
 
Primero pinchar en el círculo rojo
Después pinchar en el cuadrado (con esquinas)
 
 
FANTASÍA E IMAGINACIÓN
 



 
Un barco en el mar...
 
Bajo un cielo profundamente azul, donde la noche aún no termina de abrazar al día, un barco solitario avanza lentamente sobre un mar tranquilo. La luna, redonda y brillante, parece un farol encendido colgando del cielo, tiñendo las nubes cercanas de un resplandor suave y dorado. Es una luna que observa, una luna que guarda secretos.
 
El horizonte aún guarda un hilo de luz anaranjada, como si el sol, antes de despedirse, hubiera dejado una puerta entreabierta. Ese resplandor se refleja en el agua, dibujando un camino luminoso que conduce directamente al barco, como invitándolo a seguir hacia un destino desconocido.
 
El barco —firme, silencioso— navega en ese sendero dorado. No hay prisas, no hay viento que lo empuje; sólo la calma del océano, que se riza suavemente bajo él como si respirara. A bordo quizás viaja un capitán solitario, o tal vez una tripulación dormida, ignorando que el mundo, en ese instante, parece contener el aliento.
 
Las nubes, cargadas de sombras y misterio, se elevan como montañas flotantes. Entre ellas, alguna estrella tímida intenta asomarse, como queriendo no perderse este momento único: el equilibrio perfecto entre la noche y el amanecer.
 
Y así, en medio de esa inmensidad serena, el barco continúa su travesía. No lucha contra el mar ni contra el tiempo; simplemente avanza, guiado por la luz de la luna y por el eco del último rayo de sol. Es un viaje hacia lo desconocido, sí, pero también un viaje hacia la belleza pura, hacia ese tipo de silencio que sólo se encuentra en el mar, cuando el mundo parece cuento y la noche, promesa.
 


 
Una mirada detenida en el tiempo
 
La fotografía muestra a una joven con un rostro intenso y cautivador. Su piel es morena, su cabello oscuro cae en mechones desordenados alrededor de su rostro, y un velo rojizo, desgastado en algunos bordes, la envuelve como un pequeño refugio. Lo más impactante son sus ojos: verdes, profundos, encendidos por una mezcla de fuerza, temor y una historia que parece no haber sido contada todavía. 
 
El fondo verde, difuso y silencioso, hace que su mirada destaque aún más, como si el mundo entero hubiese quedado en penumbra para iluminar solamente esos ojos.
 
Relato romántico de su mirada
 
Dicen que hay miradas capaces de detener un instante, de suspender el tiempo entre un parpadeo y el siguiente. La de aquella joven era una de ellas. No hablaba, no sonreía, no pedía nada; pero sus ojos contaban un universo completo. Eran verdes como un bosque secreto, y en ellos se escondía el eco de sueños que aún no habían florecido.
 
Él la vio solo un momento, un segundo fugaz entre el ruido del mundo, y sin embargo sintió que aquella mirada lo atravesaba como un rayo silencioso. No era una mirada suave; tenía la intensidad de quien ha vivido demasiado pronto, pero también la ternura que aparece cuando alguien, sin saberlo, deja ver su alma.
 
A él le pareció que sus ojos lo reconocían, aunque nunca antes se hubieran visto. Quizá porque en esa mirada vivía una nostalgia antigua, una pregunta sin respuesta, algo que invitaba a acercarse con cuidado, como quien intenta tocar una mariposa sin romper sus alas.
 
Y mientras la contemplaba, tuvo la sensación —dulce y extraña—
de que si ella quisiera, con solo mirarlo un poco más,
podría enamorarlo para siempre.
 


 
VÍDEO 2
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Óleo en el tiempo

Sobre una mesa antigua, dormida en tonos tierra,

reposan los tesoros del tiempo.
Unas latas gastadas, guardianas de historias,
sostienen pinceles que sueñan con colores.

A su lado, un molinillo de madera
gira en silencio recuerdos que ya no suenan,
y una botella de cristal, transparente como un suspiro,
atrapa la luz que se cuela entre las sombras.

Todo descansa, todo espera,
como si el instante fuera un taller detenido,
una pausa del mundo
donde las manos del artista
aún flotan en el aire.




 
La ventana blanca se abre como un suspiro en la pared encalada de la casa, dejando entrar un aire fresco que huele a sal y libertad. Es una ventana sencilla, sin adornos, pero cuando se abre se convierte en un portal hacia un mundo que nunca descansa.
 
Tras ella, el mar se extiende inmenso, vibrante, respirando en oleajes suaves que parecen rozar el alma. En su superficie, el sol y la luna se turnan como dos guardianes eternos: uno dorando las aguas con destellos cálidos, el otro pintándolas con plateadas caricias. A veces coinciden en el cielo, como dos viejos amigos que se encuentran un instante en el horizonte, y la luz que crean es tan única que parece inventar colores nuevos.
 
Los barcos avanzan lentos, casi ceremoniosos, recortándose contra la línea azul del océano. Algunos parecen tan pequeños que desafían la lógica, pero aún así navegan con la dignidad de quien conoce bien los secretos del mar. Las velas se inflan con el viento, saludando a la ventana como si supieran que desde allí alguien los observa.
 
Y las gaviotas… oh, las gaviotas son las mensajeras inquietas del cielo. Pasan rozando la ventana abierta, lanzando gritos breves, afilados, como si narraran las historias que recogen mientras vuelan sobre las olas. A veces una se posa en el alféizar, ladea la cabeza y mira dentro de la casa, curiosa, como preguntando si alguien quiere seguirla hacia la vastedad.
 
Dentro, el silencio se llena de vida.
La luz entra cambiando cada minuto,
la brisa mueve las cortinas como si fueran alas,
y la casa, por un momento, parece flotar también sobre el agua.
 
Porque esa ventana abierta no sólo muestra el mar.
Lo invita.
Lo trae adentro.
Y quien se asoma a ella siente, aunque no lo diga,
que un pedazo de su corazón también quiere zarpar.
 



 
VÍDEO 3
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UNIÓN 20 VÍDEOS
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ROSAS
 







 
VÍDEO 
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