Compuesto por cinco escenas que simbolizan los arcos del puente viejo y su reflejo en el agua, el arco central representa una pareja de talaveranos y los cuatro restantes muestran las diferentes técnicas de pesca tradicional: la balanza, en barca, con caña y sacando las redes a mano.
A su lado, la mujer también talaverana —con su cesta aún llena de peces— parpadeó sorprendida y sonrió:
—¿Nos hemos movido?
El pescador, aún sujetando sus dos peces, asintió divertido.
—Parece que sí… y mira, estamos fuera del mural.
La mujer, mirando alrededor, vio la Plaza del Pan viva, los adoquines reluciendo y el cielo azul reflejándose en el Tajo cercano. Entonces sacó de su delantal un teléfono móvil que, mágicamente, había aparecido entre sus manos.
—Anda, acércate, que esto lo tengo que inmortalizar —dijo riendo.
El pescador, algo torpe pero risueño, se colocó a su lado, y con el dedo tembloroso tocó la pantalla. "Click".
El sonido de la cámara resonó como una campanita.
Se miraron en la foto, felices, como si hubieran salido por un momento del tiempo.
—¿Sabes qué? —dijo ella, con una mirada brillante.
—¿Qué? —respondió él, aún sonrojado.
—Es que Talavera enamora…
Y con esa frase, una brisa suave los envolvió, devolviéndolos lentamente a su lugar en el mural, donde quedaron otra vez inmóviles, sonrientes, pero con un brillo distinto en los ojos de cerámica.
Bajo el cielo que dora la ribera,
camina el alma de Talavera,
ella, con falda bordada en azul,
él, con el río pintado en su luz.
Entre juncos murmura la corriente,
besando el barro paciente,
que un día fue manos y fuego,
hoy azulejo, orgullo y sosiego.
La talaverana lleva en su cesta peces de río,
y el pescador, su río por amigo,
y al fondo, la Basílica dorada asoma,
como un farol que al corazón toma.
Descalzos pisan historia y reflejo,
agua y raíz, trabajo y consejo,
porque en sus ojos aún resplandece
la tierra que el Tajo agradece.
Oh, Talavera, novia del barro,
tu arte es canto, tu río es faro;
y en cada pieza que el tiempo espera,
late el amor de tu primavera.